ADEMÁS de en mis blogs, algunos textos los he compartido en otros sitios de terceros o plataformas donde tengo alguna cuenta por motivos académicos, profesionales o personales. Es el caso de mi ensayo "Dos obras, dos autores" que de un tiempo a hoy ha sido objeto de interés de varios lectores, algunos colegas.
Recientemente uno de los sitios donde lo tengo publicado me notificó que uno de los lectores responde al nombre de Ana Orellana González. ¿Qué tiene de relevancia para tocar el tema en este blog familiar? En el mensaje de agradecimiento que le escribí lo expliqué en estos términos, contando unos detalles al margen en razón del apellido Orellana y el origen del texto.
Arqueología familiar, una teoría
Ocurre que ese trabajo lo escribí cuando yo era profesor en la Universidad Iberoamericana (1996-2000), en la carrera de Comunicación y para publicarlo entre las colaboraciones para el Simposio Generación McLuhan organizado por mi querido colega y amigo Octavio Islas y la revista de comunicación Razón y Palabra.
Uno de los motivos detonadores de la idea fue que entonces comencé a investigar más a fondo la biografía de mi familia, su genealogía y sus cruces con la Historia de México, desarrollando la teoría antropológica de que las relaciones de poder se mantienen a lo largo de la Historia con base en las derivaciones de linajes, más allá de lo que suponemos obvio, por ejemplo, al estudiar las monarquías.
Aun cuando hablemos de y parezcan grupos de personas distintas, en el tiempo los linajes configuran las formas como evolucionan y transitan los gobiernos y las élites. Es decir, por ejemplo, mi padre aborreció al presidente Luis Echeverría Álvarez y moriría de nuevo de enterarse que una nieta suya se casó con un Echeverría, y moriría por tercera vez al enterarse de que entre sus líneas ancestrales que pude investigar hay una rama Echeverría, otra Salinas y por el lado de mi madre una lejana relación con López Portillo y con la esposa de Lázaro Cárdenas, la señora Solórzano.
El tránsito actual de un aparente empoderamiento de las llamadas clases bajas, en contraste con las dominantes clases medias antes del final del siglo XX, es en parte fruto en mi hipótesis de este intercambio heredado del poder. No puede pasarse por alto el dato de que hasta mediados del siglo XX muchos de esos grupos con poder, por ejemplo durante la Revolución Mexicana, desperdigaban su simiente de manera literal en la conformación de familias legales o marginales a lo largo y ancho de México y otros países. La dispersión genética y genealógica permite explicar esta "movilidad" de las relaciones de poder aparentemente diluidas por el contexto.
En otras palabras, si ayer un Chucho Pérez fue rey, sus descendientes, en mayor o menor medida y en sus respectivos contextos, tendrán más o menos mayor grado de influencia económica, social, política, cultural o hasta moral sobre sus congéneres, ocupando posiciones de relativo poder "heredado", repitiendo y redundando en cierta medida sobre conceptos y maneras de ejercerlo y transmitirlo. Ello no se opone, sin embargo, y hasta justifica el surgimiento y la alternancia en el poder de grupos e individuos en apariencia no favorecidos por la herencia dinástica, pero que en realidad en su genealogía y genética incluyen al menos un probable dato o factor que explica su reacomodo, ya llenando un vacío de poder en su ámbito o a modo de vindicación premeditada (cuando el actor tiene conocimiento de sus antecedentes) o fortuita.
La anterior propuesta teórica cruza, rebasa y da sentido a la teoría de las Constelaciones Familiares y también aporta un punto de vista diferente sobre los principios de la genealogía y la heráldica, con base en la genética y la interculturalidad.
Tristemente, cuando esta teoría la expuse ante mis pares comunicólogos me convirtió en el hazmerreír del gremio y motivó que optara por investigar al margen de las expectativas académicas, a veces tan obtusas, acartonadas y cretinas.
De la teoría a la práctica, un caso y no mera coincidencia
En el proceso de mis investigaciones y lucubraciones, ahí en la universidad conocí a una señora que trabajaba, creo recordar, en la biblioteca y se apellidaba Orellana. En la misma universidad trabajaba también como profesor y miembro del coro de Bellas Artes, el tío y arquitecto Manuel Bustamante Acuña.
Platicando con mi madre saltó una historia oculta. Ella era hija natural, lo que la moralidad califica de bastarda. Su verdadero padre era un periodista y no aquel agente viajero del cual llevaba su apellido y fuera padre de sus hermanos mayores. Ese periodista se llamaba Adrián Castillo Orellana, oaxaqueño que escribía para el periódico Excelsior con el seudónimo de "Júbilo Castillo" allá por los años veinte a treinta. Era primo del actor, guionista y director de cine Carlos Orellana, padre de la señora María Luisa Orellana Villegas, a quien, como ya dije, conocí. El parentesco lo corroboré cuando mi madre habló por teléfono con ella y se organizó una cena entre familias para contar las anécdotas y atar cabos y sumar su genealogía a la que venía yo armando. Después de esa vez no volvió a darse el contacto, una pena.
Por lo que respecta a la rama Bustamante Acuña, me sorprendió descubrir que mi familia está relacionada por vía bastante directa con el pintor paisajista zacatecano José María Velasco.
Sobre estos datos abundaré en otras publicaciones.