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martes, 7 de marzo de 2023

De cuando fui sacerdote por un día


Vi las siguientes entrevistas y se me removieron los recuerdos asociados a mi paso por los escenarios.


A Evelyn Lapuente le escribí estas líneas:

Distinguida y apreciada Evelyn. Tal vez no me recuerde, alguna ocasión la busqué hace muchos años por motivos profesionales, pero también personales habiendo sido amiga de mi madre. Soy José Antonio de la Vega Torres, también conocido por usted como "Pecadito", hijo de María Teresa Torres Pallares o Torres de la Vega (su apellido de casada), de la época cuando estuvieron en el grupo de teatro de Pepe "Perro" Estrada. He visto con gran deleite la entrevista que le hizo Mara Patricia Castañeda, y me da mucho gusto verla tan entera en todo sentidos. Estoy seguro que mi madre ha disfrutado igualmente viendo la entrevista a mi lado, desde el lugar donde ahora se encuentra desde 2009. Verla me ha llenado de gozo, y ha sido como tener a mi madre y sus recuerdos de vuelta, aunque sé bien que siempre está conmigo no solo en el pensamiento sino con sus manifestaciones sobrenaturales. Me pide que le haga extensivos sus saludos y que se siente orgullosa de haber cruzado su vida con una mujer tan valiosa como usted. Abrazo


Don Rafael es un tipazo, un gran compañero. Tuve la gracia de trabajar a su lado muchos años atrás. Yo hacía un bit en la telenovela "Simplemente María", con el personaje del sacerdote que en la primer parte de la historia bautiza a su hijo. Entré porque Verónica Pimstein, que fue mi condiscípula en la universidad me invitó a sabiendas de que yo hacía teatro y además colaboraba gracias a ella en el staff de don Valentín Pimstein como analista literario (me tocó entre otros casos analizar completa la primera versión de "Carrusel" producida por Angelli Nesma). Mi tirada profesional, como alguna vez le comenté a mi también condiscípulo y amigo pero en la prepa, Odiseo Bichir, era la actuación, el guionismo, convertirme en escritor y director de escena. Hoy me pregunto qué fue de mi vida.

Volviendo al punto, en el camino a la locación, la parroquia y convento de Santo Domingo de Guzmán en Mixcoac, pude convivir con parte del elenco, en especial la grandiosa Silvia Derbez. En unos minutos de viaje aprendí tanto de ella. Ya en la parroquia, Beatriz Sheridan me preguntó si era católico (siendo ella judía), si conocía los rituales del bautismo, dije que sí (no mentí, aunque entonces renegado todavía no me definía como agnóstico y por lo mismo no era neófito, pero tampoco ignorante de lo necesario). Me puse el atuendo preparado por vestuario. Al verme el párroco súper amable se opuso a que vistiera de tal modo. Me llevó a la sacristía, me prestó cada prenda de su atuendo original enseñándome a portarlo con dignidad, conociendo cada pieza y su significado: el alba, el cíngulo, la casulla, la estola. Nadie de la producción se opuso o emitió queja. Llegado el momento de la grabación, Beatriz solo me dio tres indicaciones: 1) Tú ya sabes que hacer. 2) No llevas micrófono, no hay diálogo. 3) Marca la acción de la escena en esta posición primero, con toma al centro del altar dando la bendición, luego aquí junto a la pila bautismal. ¿Hecho? ¡No más!

Me concentré muy profesionalmente, al escuchar ¡Dos!, como cue, hice la faramalla mímica de la bendición, diciendo la oración en silencio, solo moviendo los labios (me dije, para qué gastar saliva si no hay micrófono). ¡Corte! ¡Queda! ¡Oh —me dije satisfecho—, a la primera! ¡Palomita! Entonces una voz entre las bancas se alzó: ¡Caray, no nos dijeron que iba a ser misa de mudos!, y estallaron carcajadas plenas en el templo. Rafa Inclán, ocurrente como siempre me hizo la novatada con su comentario chusco. Primero me sentí morir por la mofa, pero enseguida comprendí el compañerismo suyo y de todos. La siguiente toma, vertiendo el agua bendita en la cabeza del bebé, con todos alrededor, me sentí totalmente arropado. Necesitó solo tres tomas de reacción de Victoria Ruffo, Silvia Derbez y otros. Por ahí tengo el clip que pude rescatar hace poco.


Años después me topé con él en la ANDI, en la época que estaba montando Tartufo, lo saludé y le recordé el incidente. Reímos. Igual ni se acordaba y me dio el avión, sin embargo se disculpó si por el asunto me había hecho sentir ridículo. De ninguna manera, le dije, fue una gran lección de compañerismo y humildad, así lo consideré.